We’ve updated our Terms of Use to reflect our new entity name and address. You can review the changes here.
We’ve updated our Terms of Use. You can review the changes here.

ELA 3 Sound Files

by nathandowdhorowitz

/
  • Streaming + Download

    Includes high-quality download in MP3, FLAC and more. Paying supporters also get unlimited streaming via the free Bandcamp app.
    Purchasable with gift card

      name your price

     

1.
Los barcos llevan a bordo en la distancia los sueños de los hombres. Para unos arriban a puerto enseguida arrastrados por la marea. Para otros, navegan por siempre en el horizonte, sin perderse de vista, sin tocar tierra jamás, hasta que quien los contempla aparta al fin los ojos con resignación, burlados sus sueños por la muerte y el tiempo. Tal es la vida de los hombres. Las mujeres, en cambio, olvidan todo aquello que no desean recordar y recuerdan todo lo que no desean olvidar. El sueño es la verdad. Así, ellas viven y actúan en consecuencia. Bueno, todo esto comenzó con una mujer, una mujer que volvió tras enterrar a unos muertos. Muertos no por debilidad o enfermedad, con amigos a la cabecera y a los pies de la cama. Volvía de enterrar a unos muertos empapados e hinchados, muertos por sorpresa, cuyos ojos, desmesuradamente abiertos, tenían una expresión atónita. Todo el mundo la vio volver porque era la hora del crepúsculo. El sol ya se había puesto, pero sus huellas permanecían en el cielo. Era la hora en que todos se sentaban en los porches, junto a la carretera. Era la hora de escuchar y hacer comentarios. Los allí sentados no habían sido más que útiles de trabajo, faltos de lengua, de ojos y de oídos durante todo el día. Mulas y otras bestias habían ocupado sus pieles. Pero ahora, ausentes el sol y el capataz, sus pieles se sentían fuertes y humanas. Se convertían en señores de los sonidos y de las cosas pequeñas. Opinaban por sus bocas. Estaban sentados enjuiciando. Ver a la mujer tal cual era, les hacía recordar la envidia que almacenaban desde mucho tiempo atrás. De modo que se pusieron a rumiar las zonas oscuras de sus memorias y a [17] tragárselas y a saborearlas. Hicieron preguntas que eran afirmaciones brutales, soltaron carcajadas como instrumentos cortantes. Era crueldad hecha una masa informe. Animosidad dotada de vida. Palabras que deambulaban sin dueño; deambulaban conjuntándose como los acordes de una canción. «Pero ¿a qué juega volviendo aquí con eso pantalone de faena? ¿Es que no tenía ningún vestío que ponerse?» «¿Dónde está aquel vestío de raso azul con el que andaba de un lao pa otro por aquí?» «¿Y tó aquel dinero que pilló su marío, que luego se murió y se lo dejó a ella?» «¿Qué hace una mujer de cuarenta año llevando la melena suelta como si fuera una chiquilla?» «¿Dónde ha dejao a aquel jovencito con el que se largó de aquí?» «¿Se creía que iba a casarse con ella?» «Y él, ¿dónde la ha dejao a ella?» «¿Qué ha hecho con tó el dinero que tenía ella?» «Apuesto a que se ha escapao con otra má joven, tan joven que no tenía ni pelos.» «¿Por qué no se queda ella con lo de su clase? » Cuando llegó donde estaban, la mujer volvió la cara hacia el grupo entregado a la murmuración y habló. Ellos casi gritaron un ruidoso « ¡Buena noche! » y permanecieron con las bocas abiertas y los oídos llenos de ilusión. Aunque el tono de la mujer había sido bastante cordial, siguió caminando hacia su casa. Tanto la miraban que a nadie se le ocurrió decir nada. Los hombres se fijaron en sus nalgas, tan firmes como si llevara dos pomelos en los bolsillos de atrás del pantalón; en la gran masa de cabellos negros que ondeaban hasta su cintura y flotaban al viento como una pluma; luego en los pechos, tan turgentes que parecían querer perforar la camisa. Ellos, los hombres, suplían con la imaginación lo que los ojos no alcanzaban a ver. Las mujeres se fijaron en la ajada camisa y en el sucio mono de trabajo y tomaron nota para recordarlo. Era un arma contra su fortaleza y, si al final carecía de significado, todavía quedaba la esperanza de que ella llegara a caer algún día a su nivel. [18] Pero nadie se movió, nadie habló, nadie tragó siquiera un poco de saliva hasta que ella hubo cerrado tras de sí la puerta. Como no se le ocurrió nada mejor que hacer, Pearl Stone abrió la boca y soltó una fuerte carcajada. Mientras reía se dejó caer sobre la señora Sumpkins. La señora Sumpkins lanzó un bufido y chascó los dientes. —¡Uf! No entiendo por qué le prestái tanta atención. Fijáo en mí. A mí ella no me interesa pa ná. Si no tiene modale ni pa pararse un momento a contarle a su gente cómo le ha ido por ahí, con su pan se lo coma. —No se merece ni que se hable de ella —dijo Lulu Moss arrastrando las palabras con voz gangosa—. Ella se sienta mu tiesa, pero ha caío mu bajo. Eso es tó lo que yo tengo que decí sobre los vejestorios que van detrá de los chicos jóvenes. Antes de hablar, Pheoby Watson inclinó hacia delante la mecedora en que estaba sentada. —Bueno, nadie sabe si hay algo que contar o no. Yo, que soy su mejor amiga, ni siquiera yo lo sé. —Puede que nosotros no la conozcamos como tú, pero todo sabemos cómo se fue de aquí y todo hemos visto cómo ha vuelto. Pheoby, no sirve de ná que intentes proteger a una vieja como Janie Starks, amiga o no amiga. —Si vamos a eso, ella no es tan mayor como muchas de las que estái aquí largando. —Por lo que yo sé, hace mucho que pasó de los cuarenta, Pheoby. —Pues no aparenta má de cuarenta. —Es demasiao vieja pa un muchacho como Tea Cake. —Tea Cake hace ya mucho tiempo que dejó de ser un muchacho. Ése ya no cumple los treinta. —Da lo mismo. Podía haberse parado a decirnos cuatro palabras, ¿no? Se comporta como si nosotro le hubiéramos hecho algo malo —se quejó Pearl Stone—. Y es ella la que se ha portao mal. —Lo que te pasa es que estás enojada porque no se ha parco a contarnos toas sus cosas. Y ademá, no sé yo qué es eso tan malo que según vosotras ha hecho. Lo má malo que le he visto hacer en toa su vida es quitarse unos cuantos año de encima, y con eso no hacía mal a nadie. Estoy harta de oíros. Por cómo hablái, parece que lo único que hace en la cama la gente de esta ciudad es alabar al Señó. Y ahora tenéi que disculparme, pero me voy a llevarle algo de cena —dijo Pheoby, poniéndose en pie con brusquedad. —Note preocupes por nosotro —sonrió Lulu—. Ve p’allá, que nosotra nos ocupamos de tu casa hasta que vuelvas. Mi cena ya está hecha. Es mejó que tú vayas a ver cómo se siente. Y luego vuelves y nos lo cuentas tó. —Sí, por Dió —convino Pearl—. Ya se me habrán chamuscao el pan y la carne con tanto hablar. Yo puedo estar fuera de casa el tiempo que quiera. Mi marío no es quisquilloso. —Eh, Pheoby, si estás lista pa ir p’allá, yo puedo acompañarte —se ofreció la señora Sumpkins—. Se está poniendo mu oscuro. No sea que te encuentres un fantasma. —No, muchas gracias. Son cuatro pasos, nadie va a hacerme ná. Y de todos modos, como dice mi marío, ningún fantasma que se precie se metería conmigo. Si ella tiene algo que decirte, ya te lo dirá, ¿no? Pheoby salió a toda prisa llevando en las manos una fuente tapada. Abandonó el porche sintiendo a sus espaldas un bombardeo de preguntas mudas. Ellas esperaban que las respuestas fueran raras y crueles. Cuando hubo llegado, Pheoby Watson no entró por la puerta principal de la valla ni avanzó por el camino de palmeras que conducía a la puerta delantera. Anduvo hasta volver la esquina de la valla con su fuente colmada de arroz moreno y entró por la puerta lateral. Janie debía de andar por aquella parte. La encontró sentada en los escalones del porche de atrás, con todos los quinqués llenos y los tubos limpios. —Hola, Janie, ¿cómo te va? —Bastante bien. Estaba intentando quitarme el cansancio y la suciedad de los pié. Se rió un poco. [20] — Ya v e o . M u c h a c h a , t i e n e s u n aspecto estupendo. Pareces tu hija. —Rieron las dos—. Incluso con esos pantalone... se ve clarito que ere una mujer. —¡Venga! ¡Venga!... Debes de suponer que te he traído algo. Pero lo único que me he traído pa casa es a mí misma. —Eso es má que suficiente. Una amiga de verdá no necesita ná má. —Venga, Pheoby, déjate ya de cumplidos, porque ya sé que lo haces de corazón —Janie tendió la mano—. ¡Dió bendito, Pheoby!, ¿me vas a dar de una vé esa poca comida que me has traído? Lo único que hoy me he lle.... http://www.novelas.rodriguezalvarez.com/pdfs/Hurston,%20Zora%20N.%20%27%27Their%20Eyes%20were%20watching%20God%27%27-Fr-En-Sp.pdf
2.

credits

released January 18, 2023

license

tags

If you like nathandowdhorowitz, you may also like: